LA ESTRELLA DE BELEN ( I )
“¿No ha llegado la hora”, se preguntaba el psiquiatra Jung, “de que la mitología cristiana en vez de ser borrada sea entendida simbólicamente?” (Jung, C.G., The Undiscovered Self). El relato evangélico de la aparición de una estrella en oriente para anunciar el nacimiento de Jesús en Belén (Mateo 2:1–2) nos ofrece un buen ejemplo de ello. Muchas explicaciones se buscaron para resolver el enigma de este evento del cual no había registro histórico alguno. Se pensó primero en el planeta Venus –la estrella vespertina– por su destacada brillantez, pero era muy conocido para que se le pudiera confundir. También en la aparición del cometa Halley, mas esto había ocurrido 11 años a.C., y no volvió a presentarse sino hasta 76 años después. La posibilidad de que fuese una supernova (explosión de una estrella cuya luminosidad puede durar desde un día hasta meses), también se descartó ya que los registros históricos señalaban solo dos supernovas: una en 135 a. C. y la otra en 173 d.C. La opinión más razonable provino del astrónomo alemán Johannes Kepler (1571–1630) quien conocía por la lectura de las obras de los astrónomos judíos lo que el rabino Isaac Abarbanel (1437–1598) había escrito en 1497 sobre el advenimiento del Mesías: que este ocurriría en la ciudad de Belén (lugar del nacimiento de David), cuando los planetas Júpiter y Saturno hicieran conjunción en el signo zodiacal de Piscis, lo que tenía lugar cada 974 años (la última se presentó en 1942 y la próxima será en 2916). Abarbanel daba pormenores sobre la influencia de dicha conjunción en Piscis, la cual había estado presente durante el nacimiento de Moisés y que de nuevo ocurriría con la llegada del Mesías quien traería la liberación del pueblo judío (“…saldrá Estrella de Jacob, y se levantará cetro de Israel”, Números 24:17). Kepler encontró que, en efecto, la conjunción Júpiter Saturno había ocurrido en el año 7 a.C. siendo visible en el Mediterráneo y en Oriente Medio. De acuerdo con la tradición hebrea la constelación de los Peces era el signo de Israel y del Mesías, y Saturno su planeta protector. La astrología babilónica consideraba a este planeta como la estrella rectora de los vecinos países de Siria y Palestina. Muchos miles de judíos vivían en Babilonia desde tiempos de Nabucodonosor y pudieran haber realizado estudios en la escuela astrológica de Sippar, de modo que una aproximación tan importante de Júpiter y Saturno en Piscis debió significar para ellos el probable nacimiento del Mesías. Y Belén, lugar del nacimiento de David, debía ser sin duda el sitio elegido de acuerdo con la referencia bíblica del profeta Miqueas: “Mas tú, Bethelehem Ephrata, pequeña para ser en las millares de Judá, de ti saldrá el que será Señor en Israel…” (Miqueas, 5:2). ¿Pero había nacido Jesús 7 años antes de nuestra Era? Se sabe que Herodes el Grande reinó 36 años en Judea hasta su muerte en el 749 romano, o sea 4 años antes del supuesto nacimiento de Jesús. Por otra parte, el emperador romano Augusto había ordenado el censo –que se practicaba en su imperio cada 14 años– en el año 8 a.C. Para empadronarse, los hebreos debían regresar junto a sus tribus de origen con un margen concedido de un año. Los padres de Jesús viajaron con ese propósito a Belén. La razón de esta aparente incongruencia se aclara al comprobarse el error en que incurrió el monje Dionisio el Exiguo a quien se encomendó (s. VI) determinar en el calendario los comienzos de la Era Cristiana. Olvidó fijar el año cero imperativo entre los años uno antes y uno después de Cristo. Tampoco tomó en cuenta los 4 años que Augusto había gobernado el imperio bajo el nombre de Octavio. Así, pues, el año 7 antes de nuestra Era resultó ser el verdadero año del natalicio de Jesús.
Otra cuestión significativa relacionada con la estrella de Belén es la fecha 25 de Diciembre (25 del Calendario Juliano y 21 del Gregoriano actual) que resultó ser igualmente inexacta. En esa fecha se celebró por primera vez el nacimiento de Jesús bajo el Papa Telésforo en el siglo IV, siguiendo recomendaciones del Concilio de Efeso. El fin era borrar vestigios del paganismo que festejaba esa fecha del año, cuando la noche es más larga y el día reanuda su crecimiento, el nacimiento del Sol. A partir de la revolución neolítica que dio origen a la agricultura, a 4 fechas significativas relacionadas con el cambio de las estaciones (2 equinoccios y 2 solsticios) se les asignaron festividades religiosas conforme se incrementaba el culto al Sol entre las tribus primitivas. Como se sabe, la duración del día disminuye progresivamente a partir del equinoccio de otoño (23 de Septiembre): simbólicamente la derrota del Sol frente a las tinieblas. Pero en el solsticio de invierno (21 de Diciembre), cuando el día es más corto, el Sol deja de declinar y las tinieblas empiezan a ser vencidas anunciándose el triunfo del astro que será total en primavera. Durante miles de años los pueblos paganos celebraron el nacimiento del Sol en esa fecha: los persas al dios solar Mithra, los egipcios a Osiris, los griegos el aniversario de Hércules (la “triple noche”), los daneses la llamaban “madre de las noches” y los seguidores de Astarté, en Siria, clamaban a la media noche: “la virgen ha dado a luz; la luz está creciendo”. En Roma se festejaba al dios invencible –deus invictus– con las saturnalias, festividades en honor de Saturno (dios de la agricultura) instauradas por Aurelio en el año 27 a.C., las que se habían convertido en una festividad carnavalesca (se suspendían labores y comercio, los esclavos se liberaban y las convenciones morales se relajaban). A fines de la Edad Media, el 25 de Diciembre era ampliamente reconocido como la fecha del nacimiento de Jesús en la liturgia oficial. Al dividirse la Iglesia Católica, hacia 1054, la Romana conservó esa fecha pero la Otodoxa optó por celebrar el nacimiento, y también el bautismo, durante la Epifanía (6 de Enero), fiesta de la aparición del sol en el mundo helenístico.
En tiempos de Jesús, la Astrología se estudiaba en Egipto, India, China, Babilonia, Roma, las culturas hebreas, y por supuesto, en Persia de donde procedían los magos llegados de Oriente para rendir tributo al recién nacido Jesús. La palabra mago deriva de magoi y alude a eruditos de la casta sagrada de los medas que vivían principalmente en Persia y Arabia. Su orden fue instituida por Ciro cuando se fundó el nuevo imperio persa. Eran sacerdotes, filósofos y astrónomos y se les tenía en alta estima en la corte persa. Conocedores de la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno en Piscis y seguramente también de otras combinaciones celestes coincidentes igualmente significativas, debieron conjeturar el probable nacimiento de un ser excepcional. De las tres aproximaciones realizadas por dicha conjunción en el año 7 a.C., la más notable ocurrió en las primeras horas del 1° de Marzo, al coincidir la Luna Nueva en el signo de Piscis en el punto medio entre los dos planetas (1:21 A.M., Belén, Judea). El nacimiento de Jesús, en efecto, había tenido lugar cerca de la media noche cuando un ángel anunció a los pastores el acontecimiento (…“Y había pastores en la misma tierra que velaban la vigilia de la noche sobre sus ganados” –Lucas, 2:8–, lo que habría sido improbable en una noche invernal). Como todo estudioso de la Astrología sabe, Piscis es el signo más sensitivo del zodíaco. Simboliza compasión, universalidad, vocación de servicio y renunciación. El pez, símbolo pictórico de Piscis, fue usado como emblema de las iglesias cristianas primitivas. San Pedro, cabeza de la Iglesia, era pescador. La palabra griega ichtus (pez) se tenía por los primeros cristianos como abreviatura formada por las letras iniciales de la frase: Jesus Khristos Theos Soter (Jesucristo, Dios Salvador).
El astrólogo norteamericano Don “Moby Dick” Jacobs (fallecido en Hawai en 1981), partiendo de la evidencia ya establecida sobre el nacimiento de Jesús en el año 7 a. de C., dedicó gran parte de su vida para lograr determinar el momento preciso de este acontecimiento (Tyl, N., Prediction in Astrology). Conociendo además que la fecha 25 de Diciembre atribuida al natalicio había sido adoptada por la Iglesia en el siglo IV para hacerla coincidir con antiguas celebraciones paganas, se apoyó en la opinión sustentada por el astrónomo Kepler acerca de relacionar la estrella que guió a los reyes magos (astrólogos persas, en realidad) a la ciudad de Belén, con la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno en Piscis, recurrente cada 974 años. En Astrología, la conjunción se presenta cuando dos o más cuerpos celestes coinciden, desde nuestra perspectiva terrestre, en el mismo lugar de su ruta por el zodíaco (con un margen de tolerancia de 8°). Por la lentitud en el desplazamiento de los dos planetas mayores, Júpiter y Saturno, su conjunción se extendió por casi todo un año. El momento más significativo tuvo lugar, como ya mencionamos, en las primeras horas del 1° de Marzo de aquel año. Esto por dos razones: a la conjunción se agregaron 3 cuerpos celestes más –el Sol, la Luna y Venus–, integrándose los dos primeros en el preciso momento en que nacía un nuevo ciclo lunar (la Luna Nueva en el signo de Piscis), ambos situados con solo 2 grados de separación entre sí en el punto medio exacto de la referida conjunción. Junto a sus propios atributos simbólicos, la Luna tiene en Astrología una función detonante de las combinaciones planetarias –en este caso la conjunción Júpiter Saturno–, debida en parte a la mayor aceleración de su desplazamiento en el zodíaco (12 ° por día en promedio, o sea un grado cada dos horas). Así, en la conjunción que a su vez formaron el Sol y la Luna, esta última quedó situada en el punto medio (6° 50´ de Piscis) entre los dos planetas Júpiter y Saturno, conjuntos a su vez con un orbe más amplio. Partiendo de estos datos, el astrólogo Jacobs propuso la hipótesis más plausible sobre el momento preciso del nacimiento de Jesús, y con ello, su carta astral, como se muestra a continuación.
Horóscopo Natal

Jesús de Nazaret, 1° de Marzo, año 7 a.C., 1:21 A.M., Belén, Judea.
LA ESTRELLA DE BELEN ( I I )
¿Cuál es el significado astrológico de la conjunción de Júpiter y Saturno? Ambos cuerpos celestes constituyen una unidad polar, antitética a la vez que complementaria. Júpiter, planeta del crecimiento y el desarrollo, simboliza la energía que expande la esfera de la acción y la experiencia en que el individuo vive y se desenvuelve. Saturno, por el contrario, representa los límites impuestos al crecimiento y la expansión, creando obstáculos al avance indefinido propuesto por Júpiter pero proporcionando a la vez las estructuras permanentes y confiables que consolidan dicho avance. Identifica las limitaciones destinadas a proporcionar un marco de referencia estable para el funcionamiento individual. Todo individuo enfrenta al nacer un espacio de experiencia restringido. Unido en principio a la madre, va descubriendo gradualmente su separación y falta de control de su ambiente inmediato, surgiendo en él el deseo de expandir su mundo y al mismo tiempo integrarse a él para recuperar, en cierto modo, la unidad inicial perdida. Todo esto implica un anhelo de crecer física y psicológicamente. La energía simbolizada por Júpiter promueve ese desarrollo en un afán por lograr cada vez más control y autonomía (expansión en todas las áreas: desplazamientos, aprendizaje, deseo de vivir, amor a la libertad, etc.). Pero se oponen dos factores limitantes: las capacidades del individuo y las restricciones de su ambiente. En esto consiste la polaridad Júpiter Saturno, en donde la energía de expansión del primero que pretende abarcar todo lo que es posible, enfrenta la del segundo, que mantiene de la realidad sus límites, estructurando y preservando lo que ha sido alcanzado por el desarrollo individual. La religión (de religere, volver a unir) ofrece una alternativa para superar el sentimiento de separación y conducir a la reunificación. Desde el inicio de su existencia como ser individual, Saturno gobierna la existencia del hombre, toda su evolución, hasta el momento en que este puede alcanzar el nivel en que se experimenta a sí mismo como parte integral de una totalidad mayor que lo trasciende, una unión e identificación perfectas con dicha totalidad. Es la meta de toda genuina aspiración mística. “El atributo más alto de Saturno” dice el astrólogo Alan Leo, “es la perfección” (The Art of Synthesis). La conjunción de Júpiter con Saturno implica, pues, un potencial de crecimiento sostenido y armonioso, operando en un marco de realidad firme, estable y pacientemente estructurado, a la vez que creciente y continuamente renovado. La persona nacida bajo esta configuración está capacitada para planear y organizar su vida con esmero y disciplina, contando, desde una edad temprana, con una visión clara de sus objetivos. Su enfoque vital es serio, con capacidad para asumir grandes y difíciles responsabilidades. No es de extrañar por eso que en el orden colectivo, como lo señala Grant Lewi (Heaven Knows What): la conjunción Júpiter Saturno suele coincidir con períodos históricos en que se restablece la ley y el orden. Así ocurrió en el año 7 a.C. cuando se ordenó en Roma efectuar el censo en todo el imperio, lo que llevó a los padres de Jesús a empadronarse en Belén, de donde eran originarios, En el orden individual, esta conjunción significa un crecimiento paciente y sostenido que encauza la existencia del nativo hacia propósitos cuya realización no es inmediata, sino más bien a largo plazo. “Esta posición”, agrega Lewi, “es de algún modo tardía en producir sus beneficios, no siendo esto posible generalmente sino hasta después de los 30 años…”
En su totalidad, el círculo del zodíaco representa al hombre universal como arquetipo, manifestándose a través de las 12 modalidades representadas por sus 12 signos. Cada signo a su vez interpreta una fase distinta en el proceso de la evolución espiritual del hombre como ser individual. En Piscis se completa dicho ciclo: simboliza la última fase de este proceso en donde la conciencia limitada del Yo personal –que ha nacido, se ha desarrollado, completado y socializado a través de los otros signos que le preceden– es trascendida por una conciencia universal superior que la lleva a reconocerse a sí misma como parte integral de una totalidad mayor. En Acuario, signo anterior a Piscis, el Yo alcanza su madurez identificándose con un grupo o una causa social que lo trasciende (es el signo de los revolucionarios), pero en Piscis, su identificación y madurez implican una subordinación al Universo mismo y a la esencia espiritual que lo sustenta. En términos místicos significa la sumisión del alma a Dios. Esta ausencia de énfasis en el Yo personal crea en Piscis al hombre de vocación humanitaria, compasivo y orientado permanentemente al servicio y renuncia del interés propio en bien de los demás, llegando incluso al sacrificio personal por la verdad y el bien colectivo. Se trata, por supuesto, de la manifestación del signo en su expresión más elevada (Hombre Superior). Un gran número de planetas en el signo de Piscis, como se aprecia en el horóscopo de Jesús (conjunción múltiple de 6 cuerpos celestes – stellium–), incrementa e intensifica estas cualidades. Todos los planetas y también el Sol y la Luna, simbolizan aspectos básicos de la personalidad. Para el análisis astrológico representan las distintas funciones con que dicha personalidad opera en las variadas dimensiones de su experiencia (pensamiento, emoción, sentimiento, acción, etc.). La cualidad de estas funciones la determinan los signos zodiacales en los que los planetas aparecen ubicados.
Las potencialidades individuales que los planetas manifiestan en una carta natal encuentran su expresión concreta en las denominadas casas o sectores del horóscopo en que este se divide –12 en total–, las cuales interpretan las diferentes áreas o dimensiones de la experiencia individual (autoexpresión, posesiones, interacción social, hogar, matrimonio profesión, etc.). En el horóscopo de Jesús de Nazaret, todos los cuerpos celestes de la gran conjunción recaen en la Casa III, el sector de la carta relacionado con la comunicación y la expresión de las ideas. Más de 4 planetas en una sola casa indican que la expresión asociada con ese sector se enriquece y acrecienta al recaer en él la mayor parte del interés y la energía del nativo. En la Casa III y en el signo de Piscis, la concentración revela una capacidad excepcional para comunicar ideas y conceptos de contenido espiritual, derivados de la intuición y la inspiración sustentadas por el amor y la compasión.
El conocimiento astronómico de los planetas en la antigüedad tenía su límite en Saturno, último en ser percibido a simple vista. Con la ayuda del telescopio se descubrieron, en distintas épocas, tres planetas más: Urano (1781), Neptuno (1846) y Plutón (1930). La Astrología moderna asigna a estos planetas un significado trascendente relacionado con la capacidad individual para exceder las limitaciones de la conciencia personal y acceder a una visión superior más amplia. Expresan la relación de lo individual con lo universal. En el horóscopo de Jesús, Urano (símbolo de renovación, originalidad y libertad interior) se encuentra en conjunción partil (0°) con Júpiter, al inicio de la agrupación mayor de 5 cuerpos celestes. El poder de comunicación simbolizado por esta inusual concentración en la Casa III, se ve así promovido por un espíritu de renovación y cambio, capaz de transmitir una visión nueva y trascendente. Neptuno se encuentra situado en la Casa XI, sector relacionado con la fraternidad y los intereses sociales. La posición del planeta en esta casa indica capacidad para influir espiritualmente en otros sirviéndoles de guía y orientación. “Las personas con esta posición son sensibles a las necesidades de la humanidad y forman grupos que tienen un propósito humanitario o espiritual; a menudo son atraídos también por organizaciones mística o secretas” (Sakoian y Acker, The Astrologer’s Handbook).¿Perteneció Jesús a la secta de los esenios?
Pero sin duda la posición planetaria más sorprendente corresponde al último y más distante de los planetas trascendentes: Plutón, situado en la carta de Jesús en el sector opuesto a la agrupación planetaria de la Casa III. Plutón forma un aspecto de oposición (180°) con el Sol situado en el centro de dicha agrupación. En conjunto, Plutón en un extremo (Casa IX) y la agrupación en el otro (casa III), configuran lo que en Astrología se conoce como una formación planetaria típica. En 1941, M.E. Jones definió el significado de 7 patrones básicos de este tipo adjudicándoles características de expresión y temperamento, lo que fue ampliamente aceptado por la comunidad astrológica. Significaba abordar la interpretación del horóscopo como una totalidad antes de pasar al análisis pormenorizado de sus partes. Cuando todos los planetas se sitúan en un solo sector de la carta, exceptuando uno de ellos ubicado en el sector opuesto, la combinación se denomina formación fan (abanico). Al planeta aislado se le considera planeta en alto enfoque. Sin ajustarse estrictamente al modelo ideal pero muy próximo a él, en el horóscopo de Jesús la mayoría de los cuerpos celestes (7) adoptan esa configuración. Plutón, en alto enfoque, es el planeta impulsor del grupo: la energía que representa confiere al nativo un gran ímpetu, un énfasis excepcional. Plutón simboliza la transformación radical de la conciencia y del ser; es el arquetipo de la muerte y la resurrección, el destructor de lo viejo y constructor de lo nuevo. “Las personas que manifiestan con fuerza la energía de Plutón, a menudo son agentes del poder plutoniano en el mundo. Encarnan las fuerzas de la muerte y la resurrección inherentes a la sociedad…” (R. Hand, Horoscope Symbols). La Casa IX en la que Plutón se encuentra es el sector relacionado con la mente superior. Esta posición crea al pensador libre, independiente, promotor de ideales elevados, revolucionario o místico. “Son portadores de un ideal espiritual destinado a un fin, fundadores de nuevas filosofías… con percepción intuitiva y profunda del futuro de la humanidad y capacidad para el liderazgo espiritual” (Sakoian y Acker, Ibid.). En este punto de alto enfoque concentró Jesús el impulso dinámico básico de su gran poder de comunicación para dar su mensaje al mundo, poder representado por todos los cuerpos celestes que se concentraron (Casa III), en el momento de su nacimiento, en torno a la conjunción Júpiter Saturno (la estrella de Belén).
LA ESTRELLA DE BELEN ( I I I )
El Sol y la Luna, las dos luminarias del cielo, son los dos cuerpos celestes más importantes en un tema astrológico. Simbolizan el principio de polaridad que los antiguos chinos representaron en la noción clásica del yang (agente creativo, masculino) y el yin (agente receptivo, femenino), el primero asociado con el Sol y el segundo con la Luna. La relativa igualdad de los dos principios opuestos se manifiesta en el hecho significativo de que a pesar de la gran diferencia en sus dimensiones reales (el Sol es unas 400 veces más grande que la Luna) los discos de ambos cuerpos celestes ofrecen al observador terrestre una dimensión prácticamente igual como se comprueba en un eclipse total de Sol. La ilusión es creada por la distancia del Sol que está alejado de la Tierra 400 veces más que la Luna (diámetro del Sol 1,392.000 kms. de la Luna: 3,473 kms.). El Sol y la Luna simbolizan en un horóscopo la dualidad fundamental del funcionamiento psíquico: sus aspectos conscientes e inconscientes. El primero es la fuerza activa asociada con la voluntad de ser y expresarse conscientemente; la segunda, el medio receptor y reflector de esta energía. La Luna refleja la luz solar en un amplio espectro de formas cambiantes, como el subconsciente responde pasivamente a la actividad consciente estructurando patrones de conducta (hábitos) que determinan gran parte del funcionamiento individual. En el horóscopo de Jesús de Nazaret el Sol y la Luna, en conjunción de solo 2° de separación, están ambos en el signo de Piscis. Esta combinación define una personalidad muy intuitiva, introspectiva y psíquica, a la vez que sensible, humanitaria y compasiva. Piscis es el signo místico del zodíaco, el punto terminal del gran ciclo evolutivo representado simbólicamente por sus 12 signos.
El ciclo arquetípico o modelo estructural de todos los ciclos planetarios en Astrología, es el ciclo de la Luna. En los pueblos de la antigüedad, la Astrología estaba fundada principalmente en la relación solilunar, la cual se manifiesta particularmente en las fases de la Luna. Si el ciclo lunar total se divide en 4 partes, obtenemos sus 4 fases: Luna Nueva (de 0 a 45°), Cuarto Creciente (de 45 a 180°), Luna Llena (de 180 a 225°) y Cuarto Menguante (de 225 a 360°). Simbólicamente,
la primera representa un período de expansión y exploración; la segunda, de reorientación y autonomía; la tercera, de clarificación de objetivos, y la cuarta y última, de conservación de lo logrado, desintegración de lo caduco y consecución de madurez espiritual (define al filósofo natural, buscador reflexivo de una comprensión del mundo y del universo). A esta última fase corresponde el nacimiento de Jesús de Nazaret. Dividiendo ahora cada fase en 7 partes se obtienen las 28 fases menores que completan la rotación lunar de 28 días. Cada una de estas 28 fases menores tiene su propia significación astrológica. El nacimiento de Jesús se dio en la fase 28, última de las que comprende el ciclo total (su conclusión para dar paso a la siguiente Luna Nueva). En esta fase el reto consiste en realizar una vida que no dependa de un plan elaborado y esté libre del impulso de la ambición, guiado solo por la buena disposición de contribuir al paso de cada día. “Cualquiera que su actividad sea, buscará solo enriquecer y nutrir la vida, sin apartarse nunca de ello. Esta fase conduce a un humanitarismo que abarca todo, que no pide nada y otorga todo… Ninguna fase supera a la fase 28 en lo relativo a la auto negación” ( Busteed, M., Tiffany, R., Wergin, D., Phases of the Moon).
Como se ha especificado ya, los planetas Júpiter y Saturno en conjunción forman a su vez un encuadramiento para la conjunción solilunar situada al centro. El tema de los encuadramientos planetarios fue abordado por el astrólogo francés Alexander Volguine en 1955, después de 25 años de investigación personal. El encuadramiento de Júpiter y Saturno, en general, es altamente constructivo ya que equilibra la tendencia expansiva de Júpiter con la reflexión y la prudencia saturninas, creando una personalidad en la que el orden, la organización y el método prevalecen. El nativo es capaz de realizar un esfuerzo constructivo perdurable. “El acento descansa sobre la vida interior, la reflexión y la concentración mental (o espiritual). Cierta tristeza meditativa, casi serena, se desprende de esta combinación… son personas que dan siempre más de lo que reciben”. Y sobre el encuadramiento particular de la Luna, entre Júpiter y el Sol, Volguine confirma: “El sentido del honor y de la grandeza es notable en todos los nativos de esta combinación” (Volguine, A., Les Encadrements du Soleil, de la Luna et des Angles).
Situado el observador terrestre con la mirada hacia el oriente, verá el Sol ascender en el horizonte hasta alcanzar su culminación al medio día en el zenit. El punto de donde el Sol parte para su elevación –el horizonte astronómico– se conoce en Astrología como el Ascendente y corresponde al primer sector (Casa I) de los 12 en que se divide un horóscopo. El Ascendente se calcula solo si se conoce la hora exacta de un nacimiento. En virtud de la rotación de la Tierra sobre su eje, los 12 signos del zodíaco estarán todos representados en un lapso total de solo 24 horas. En Astrología, el Ascendente representa al propio nativo, concretamente, a la imagen o proyección de sí mismo sobre el mundo exterior. Es la “puerta” a través de la cual se expresan las motivaciones internas generando la primera impresión que el nativo causa en los demás. Al mismo tiempo, proporciona indicaciones sobre su aspecto externo y sobre su constitución física. En la carta de Jesús de Nazaret, el Ascendente está situado en el grado 13 del signo de Sagitario. El margen de error se amplía así considerablemente por hallarse la posición del Ascendente a la mitad del signo (el desplazamiento es de 4 minutos por cada grado, conteniendo 30 grados cada signo). Físicamente, Sagitario en el Ascendente propicia el desarrollo de un cuerpo grande y bien proporcionando. Concede excelente vitalidad y poder recuperativo. El rostro suele ser largo, la nariz bien perfilada y los ojos vivos, de mirar bondadoso. La proyección de la personalidad es activa y dinámica, de expresión franca, abierta y jovial. Hay adaptabilidad en la relación del nativo con su ambiente, aunque sin sometimiento a circunstancias que limiten su espontaneidad y libertad de pensamiento y acción. (Sagitario es un signo gobernado por Júpiter).
Los planetas constituyen el más importante de los sistemas simbólicos en Astrología. Son los factores móviles del tema astrológico y representan los aspectos dinámicos y cambiantes de la personalidad relacionados con las funciones psicológicas básicas con que dicha personalidad opera en el campo de su experiencia. El Sol y la Luna, llamados luminarias en la antigüedad, se agrupan también para fines prácticos bajo la denominación común de planetas. Si la alineación general de todos los planetas en el sistema solar –del Sol a Plutón– se divide en dos partes iguales, 5 quedan del lado izquierdo del cinturón de los asteroides y 5 en el lado opuesto. Los primeros se consideran planetas interiores y se diferencian de los otros 5 (planetas exteriores) por su tamaño y constitución. Desde nuestra perspectiva terrestre, la rotación zodiacal de los primeros se completa en un tiempo menor –de un mes (Luna) a 2 años (Marte) –, en tanto que los exteriores lo hacen con mayor duración –de 12 años (Júpiter) a 2 siglos y medio (Plutón) –. La tradición astrológica relaciona a los planetas interiores con el mundo interno y la vida personal, llamándolos por eso también planetas personales (Sol, Luna, Mercurio, Venus y Marte). Describen factores del comportamiento que son susceptibles, hasta cierto punto, de ser controlados o modificados conscientemente. Representan las características más obvias de la personalidad: su sentido de identidad (Sol), sus reacciones emocionales y subconscientes (Luna), su actividad intelectual (Mercurio), sus respuestas afectivas (Venus), y sus deseos y capacidad de acción (Marte). Como fue referido anteriormente, el Sol y la Luna nos ofrecen la primera síntesis de la interacción entre factores conscientes e inconscientes. En la carta natal de Jesús ambos forman conjunción en el signo de Piscis. Al igual que con todos los factores en Astrología, su interpretación puede ser referida a dos tipos humanos: el avanzado y el menos evolucionado. Los nativos con el Sol y la Luna en Piscis, como ya vimos, son extremadamente receptivos. El tipo primitivo tiende a la pasividad y a la inacción, pero el más evolucionado anhela el conocimiento de la verdad en un nivel espiritual profundo, estando dispuesto al sacrificio por esa causa. “Esta es la manifestación del mártir en el verdadero sentido de la palabra… el tipo avanzado tiene capacidad para manejar realidades alternativas y ver aspectos del ser que otros considerarían imposibles. Ve más unidad en el universo de lo que es inmediatamente aparente a otros…” (Hand, R., Horoscope Symbols).
Continuando con el examen de las posiciones de los planetas personales, Mercurio nos da la clave para conocer en el nativo su naturaleza mental. Las características del signo zodiacal en que se encuentra el planeta influyen sobre la cualidad de su pensamiento y su capacidad de comunicación. En el horóscopo de Jesús de Nazaret, Mercurio está en el signo zodiacal de Acuario. Esto revela una mente clara, original y abierta a las nuevas ideas. Para las personas con esta posición, la verdad va delante de todo. Indica una capacidad para ver las cosas con un enfoque impersonal en una mente veraz, imparcial y objetiva. “Mercurio en Acuario manifiesta sus más altas facultades intuitivas a través de una comunicación con la Mente Universal, trascendiendo al Yo individual. La habilidad de los nativos para experimentar va más allá de los cinco sentidos físicos… son capaces de recibir ideas que provienen de los reinos arquetípicos de la conciencia. …Hay buena organización mental y concentración… la capacidad para ver las cosas en términos amplios promueve el humanitarismo y el interés por el desarrollo espiritual de la humanidad…” (Sakoian y Acker, The Astrologer´s Handbook).
Venus simboliza el principio de la atracción y la armonía. Es la respuesta de valoración cuya expresión más elevada es el amor. En Piscis, signo que el planeta ocupaba al nacer Jesús, la expresión plena y madura del amor alcanza su realización más alta. “El amor es el más exaltado y trascendente producto del proceso evolutivo; solo aquel que haya vivido a lo largo de todas las experiencias de la humanidad –como los representa Piscis, último signo del zodíaco– puede experimentar su significado. En Piscis, el amor terrenal, como el expresado por la atracción de los sexos, está matizado con lo divino y se da en una forma altruista y mística… Bajo la influencia de Piscis, el planeta puede manifestar la clase de amor más inegoísta” (Hand, R., Ibid.).
Marte revela, en la interpretación astrológica, los modos de acción influidos por el principio del deseo. El signo en que se encuentra manifiesta las formas de expresión con que el nativo se involucra en la acción, la clase de trabajo que realiza y el esfuerzo que invierte en él. El planeta ocupa el signo de Virgo en el horóscopo de Jesús. Significa que la acción es planeada y ejecutada en forma cuidadosa y esmerada. Marte se ubica en la Casa IX, el sector de la carta relacionado con la mente superior. Las personas con esta posición “son cruzados que promueven enérgicamente los ideales que exponen… su mente está suficientemente desarrollada para permitir una amplia comprensión de la vida y pueden ser muy valiosos para conducir la acción en pro de la reforma social; trabajan para inspirar en las personas actitudes y conductas más éticas…como expresan sus intereses en la acción, no solo en la creencia, sus esfuerzos resultan altamente efectivos” (Sakoian y Acker, Ibid.).
LA ESTRELLA DE BELEN ( I V )
La Astrología es tan antigua como la propia existencia del hombre. Sus símbolos formaron parte integral de la mayoría de los mitos y religiones de la antigüedad. La manifestación recurrente e invariable de los ciclos del Sol y de la Luna dio nacimiento al concepto de un tiempo ordenado y estable como marco de referencia para las actividades personales y sociales, permitiendo que estas pudieran realizarse con seguridad y eficiencia. Ninguna experiencia es más determinante para la vida del hombre en la Tierra que el ritmo continuo del día y la noche, ambos presididos por las dos luminarias del cielo, el Sol y la Luna. Las primeras culturas nómadas, dependientes de la cacería, rindieron culto a la Luna de cuya luminosidad nocturna dependía su supervivencia. Posteriormente, con el surgimiento de la agricultura, las nuevas culturas sedentarias reemplazaron a la Luna por el Sol. El Sol, con su permanente y radiante luminosidad pasó a ser la representación del poder creativo, generador de vida, en tanto que la Luna, de cambiante forma y reflejando solo la luz solar, pasó a representar los cambios y alternancias necesarios para preservar la vida biológica de la naturaleza: principio
masculino activo y principio femenino pasivo, deidad creadora y deidad protectora y reproductora, respectivamente. Fue en Caldea –de donde proviene nuestra Astrología actual–, en donde los viejos ritos lunares fueron desplazados por el culto al Sol como divinidad suprema. El tiempo se ordenó de acuerdo con el ritmo de las 4 estaciones de la naturaleza. La integración de los ritmos lunares –un ciclo cada 29 días y medio o mes lunar– al ciclo solar, condujo a la división del año en 12 ciclos menores. “Doce veces al año la Luna se desvanece como absorbida por el radiante ser del Sol. Cada Luna Nueva representa un momento de fecundidad espiritual cuando la naturaleza es fecundada por el espíritu en respuesta a sus necesidades. Son 12 actos de fecundación en los que 12 necesidades básicas son satisfechas por 12 “dones” solares. La progenie de estos actos creativos fue la vida en la Tierra… Los 12 signos del zodíaco se consideraron las 12 puertas a través de las cuales fluye el poder creativo del Sol, definiendo cada puerta una fase del poder total necesario para la creación de cualquier unidad orgánica menor o “microcosmos” (Rudhyar, D., An Astrological Triptych). El reino humano, alma de este microcosmos, se divide así en 12 tipos representados en el zodíaco por sus 12 signos. Cada tipo expresa una función creativa solar determinada por la fase o posición del Sol en el momento de su nacimiento.
Los astrónomos de la antigüedad, que también eran astrólogos, enriquecieron el simbolismo de estos 12 signos zodiacales poblando el cielo nocturno con una rica
galería de figuras elaboradas sobre los contornos imaginarios de las agrupaciones estelares. El mapa celeste de los caldeos que los griegos trajeron a Occidente contenía 48 constelaciones: 12 zodiacales y 36 ultra zodiacales. Siguiendo la secuencia de la eclíptica –círculo del zodíaco o ruta del Sol–., se adjudicaron 3 constelaciones ultra zodiacales a cada signo (36:12 = 3). Siendo la extensión de estos de 30°, le tocaron a cada constelación 10°, divisiones que recibieron el nombre de decanatos. Su propósito era enriquecer el contenido simbólico de los 12 signos del zodíaco. Una ampliación todavía mayor vino a sumarse a todos estos símbolos cuando los astrólogos de Occidente, desde los tiempos de Ptolomeo, agregaron nuevas representaciones simbólicas al círculo zodiacal asociándolas a cada uno de sus 360°. Las denominaron fases zodiacales. De esta manera, el zodíaco pasó a constituir un prodigioso sistema de representaciones simbólicas ordenadas en 3 series independientes a la vez que interrelacionadas: 12 signos, 36 decanatos y 360 fases. ¿En qué medida este extraordinario potencial simbólico contribuye a enriquecer nuestro conocimiento de la personalidad de Jesús de Nazaret? La Luna es un símbolo, en Astrología, de la personalidad, como el Sol lo es de la individualidad (esencia del Ser). La primera representa así la forma externa a través de la cual la individualidad (Cristo), se manifiesta al mundo como un ser personal (Jesús). A continuación una breve descripción por separado de los símbolos de estas 3 series, que vinculados a la posición de la Luna, aparecen en la carta astral del nacimiento de Jesús de Nazaret.
Signo zodiacal: Piscis. Como vimos antes, en el nacimiento de Jesús la conjunción Júpiter Saturno (la “estrella de Belén”) encerraba en su interior, como un núcleo central, una nueva lunación: el Sol y la Luna conjuntos a la vez que presidiendo el advenimiento de la Luna Nueva en Piscis. Piscis es la fase final del ciclo arquetípico representado por el zodíaco: completa el ciclo evolutivo iniciado en Aries. Lo representan dos peces dispuestos paralelamente nadando en direcciones contrarias: dos orientaciones, involutiva y evolutiva, la primera dirigida al comienzo de un nuevo ciclo y la segunda a su salida. Por su naturaleza, el pez es un símbolo del agua, elemento en el que vive, preferentemente de las aguas subterráneas. Símbolo del psiquismo humano y de los cambios en los estados de conciencia, dotado de poder ascensional, el pez representa los contenidos ocultos de la mente que pueden emerger a la superficie revelando su lado oscuro, pero también su aspecto trascendente. A través de la rueda de la vida (zodíaco) el alma permanece cautiva en la materia, destinada a ser redimida y elevada a un nivel superior de conciencia. “Todos los salvadores del mundo son símbolo y garantía de este proceso. El Alma aprisionada transmutará la naturaleza inferior en superior (el instinto en intelecto, el egoísmo en altruismo, la posesividad y la codicia en renunciación, la entrega al Yo en dedicación a los otros, el apego al mundo y sus condiciones (identificación con la forma) en desapego y libertad interior” (Bailey, A., Astrología Esotérica).
Decanato: Cefeo. El signo de Piscis comprende 3 decanatos: Cefeo, Andrómeda y Casiopea. La posición del Sol el 1° de Marzo del año 7 a.C. (8° de Piscis) sitúa el nacimiento de Jesús en el primer decanato del signo asociado con la constelación de Cefeo –nombre que significa roca– y representa al rey de Etiopía en su trono con un pie sobre la inmóvil estrella polar. Simboliza la verdad eterna, roca de las edades que no cambia jamás. El rey es símbolo del Hombre Universal Arquetípico, del principio gobernador y rector, de la conciencia superior. La coronación equivale a la realización, a la victoria y la culminación. El amor mismo está relacionado con el simbolismo de la realeza (en el matrimonio del rito griego los novios son coronados). “Los nativos de este Decanato tienen disposición innata para comprender el lado espiritual de la naturaleza. Son psíquicos y místicos. Es conocido como el Decanato de la Verdad” (Zain, C.C., Spiritual Astrology).
Grado zodiacal: fase 337. En la Astrología, los 360 grados del zodíaco han sido relacionados con una gran diversidad de símbolos por numerosos investigadores (Alan Leo, A.J. Gordon, Chandri Dhi Mathré, I. Kozminsky). Particularmente interesante es la serie propuesta por el astrólogo norteamericano Marc E. Jones en 1953 (The Sabian Symbols in Astrology), la cual fue reformulada posteriormente por Dane Rudhyar en 1973 (An Astrological Mandala). De acuerdo con esta serie, en el horóscopo de Jesús la posición de la Luna (6°6” de Piscis) corresponde a la fase 337. El símbolo de esta fase dice textualmente: “Iluminada por un rayo de luz, una gran cruz descansa en rocas rodeadas por la niebla marina”. Idea central: La bendición espiritual que fortalece a los individuos que, ocurra lo que ocurra, permanecen sin comprometer su propia verdad. ”Los hombres que no dependen de valores, tradiciones o apoyos colectivos”, comenta Rudhyar, “sino que buscan a toda costa ser fieles a sí mismos y a su destino, casi inevitablemente encaran alguna clase de crucifixión. Son sostenidos solo por el poder interno al que una luz superior responde. Implica el valor supremo de una vida guiada por una luz interior y manifestando un alto grado de autoafirmación. El símbolo nos dice: “Se fiel a ti mismo y en medio de la confusión desplegada por aquellos que te rodean, tú realizarás lo que realmente eres como individuo –un hijo de Dios– “.